Vivimos en un mundo lleno de sorpresas y novedades que son el cantar del día a día y nos envuelven con un manto al cual llamamos costumbre, sujetada por el cinto de la rutina.
La costumbre y la rutina son nuestros atuendos más caros que lucimos con total orgullo afirmando que logramos muchas cosas buenas a costa de nuestro tiempo, juventud, familia, amigos, padres...
Nos subimos a nuestro coche de aceleración infinita desde muy pequeños, en el momento que pisamos un centro de estimulación temprana por primera vez. Aunque parezca una exageración, durante esa época de nuestra infancia, adoptamos costumbres basadas en patrones que definen diferentes rasgos de nuestra personalidad, carácter, valores, los cuales se van desarrollando a lo largo de nuestra niñez y juventud hasta llegar a la madurez adulta.
Pero, ¿Alguna vez nos preguntamos si estamos yendo por el camino correcto? La verdad es que por lo general nunca nos hacemos esa pregunta, sino que son nuestros familiares, amistades y el resto de entorno social quienes hacen una crítica de nuestra personalidad, carácter o valores cuando éstos ya alcanzaron su madurez y no hay nada qué hacer para remediarlos. Al decir "no hay nada qué hacer", no significa que no se pueda mejorar, la verdad es que SÍ, pero el origen siempre estará presente.
Esto con mucha frecuencia se hace notorio cuando una madre ordena a su niño a poner la cama, el niño por lo general responderá con un rotundo ¡No! con lo cual está levantando una pared entre mamá y su propio mundo pequeño y esa misma costumbre se refleja años después cuando alguien de su entorno social le pide un favor y asevera con total seriedad con un ¡No! determinante.
¿Solidaridad, respeto, ayuda mutua, sentido común? Son algunos de los muchos valores que adquirimos en nuestro primer entorno social, la familia y que vamos desarrollando conforme pasan los años, éstos se ven "mejorados" o "afectados" según el entorno social (fuera de la familia) que escogemos.
Entonces, una vez alcanzada la edad adulta o edad madura, nos revestimos de este atuendo muy caro, por el hecho de costar años de vida social, familiar, personal, con el cual incidimos en la vida de los demás. Pero, ¿Por qué no tomar un tiempo para frenar nuestro coche de aceleración infinita? La sociedad misma nos exige una continua aceleración y es la misma sociedad la que nos juzga si aceleramos demasiado, pero depende de cada uno de nosotros la decisión de frenar o no en este largo recorrer de la vida. Digo largo, porque existe la incertidumbre del mañana, pues mientras no conocemos el final, este camino se vuelve infinito.
La pausa que provoca el "frenar" de nuestro coche nos permitirá reflexionar sobre nuestros actos, algo que en muchas familias se practica desde que somos muy pequeños enseñándonos la tolerancia a la frustración, la estabilidad emocional y el reflexionar sobre lo que hayamos hecho. El tomar una pausa nos ayuda a mirar la vida con otros ojos, hasta podemos verla de diferente color, incluso lo que no nos gustaba nos puede llegar a gustar. No siempre debemos estar corriendo como perseguidos por una fuerza invisible a la cual tememos, sino que son las pequeñas pausas las que nos ayudarán a ser mejor hijo(a), persona, padre, madre, hermano(a), amigo(a) y que poco a poco cambiarán nuestro atuendo de costumbre y rutina por el atuendo de amabilidad, cordialidad, sentido común, amor.